Crítica: Aquaman
Cerramos el año superheróico con la única internada de DC Comics al cine durante este 2018, un film que ha estado cosechando unas buenas primeras impresiones y una taquilla sensacional en Asia, el cual por fin podemos disfrutar en las salas españolas. ¿Habrá cumplido Aquaman o será otro traspiés más dentro del universo cinematográfico de DC?
Este es uno de los casos en lo que para saber dónde estamos es conveniente recordar de dónde venimos y cuál ha sido el camino recorrido. El universo cinematográfico DC no para de dar palos de ciego desde que arrancara con una Batman v. Superman que personalmente disfruté por el estilo que le quiso dar Snyder a la producción, diferenciándolo de muchas otras obras genéricas (es innegable que a esta película le dio un estilo propio y que para bien o para mal de verdad se siente un cómic en movimiento bajo mi punto de vista), continuando con la nefasta Suicide Squad, remontando ligeramente con una Wonder Woman cuyos problemas continuados de ritmo lastraban un global sobresaliente, para terminar con Justice League en un intento de “Marvelizar” el universo DC que, aunque conseguía entretener de primeras, no aguantaba un segundo visionado. Así que con todo esto a sus espaldas nos llega Aquaman, produciendo más curiosidad que hype y con una figura capital para entender el porqué la película es como es en muchos sentidos: la de su director James Wan.
No creo que recordemos en unas dos o tres décadas a Wan como una figura relevante dentro de la historia del cine; no es un Nolan o un Barton, por poner de ejemplo a gente que ha estado dentro del género, pero sí que es alguien que durante toda su carrera ha demostrado ser capaz de darle al público películas que cumplen con creces el objetivo primordial que debe tener el cine (y que muchas veces gente como yo olvidamos), el de entretener. James Wan es un showman que consigue dar con la tecla en cada género que pisa, pasando del terror con obras como Saw, Insidious o Expediente Warren al cine de acción con Fast & Furious 7. Es capaz de adaptarse a la reglas que rigen cada tipo de película y reducirlo a un entretenimiento simple pero efectivo, por lo que es comprensible que había ganas de ver qué podía hacer en una producción como esta y cuando todo parecía indicar que nos traería una obra de acción desenfadada, nos viene con una cinta de aventuras.
No malinterpreten lo anterior, Aquaman no está carente escenas de acción y en más de una ocasión demuestra lo aprendido en la saga de Dominic Toretto, pero de base cambia la estructura sobreexplotada por una más propia del cine clásico de aventuras, usando el viaje y el descubrir un nuevo mundo como vehículo narrativo para la evolución de su protagonista. En muchos aspectos Wan consigue dar con la película más sólida dentro del universo DC, incluso dejando los mejores villanos dentro de éste, dándole sobre todo al principal un trasfondo más allá que el de ser un simple saco de boxeo y siendo más un pobre diablo adoctrinado que de verdad cree en la guerra como única forma de salvar a su pueblo que el enésimo destructor del mundo.
Aquaman deja en el cuerpo sensaciones positivas y podríamos estar ante una película más que notable; sin embargo, hay ciertos puntos que tiran abajo el buen trabajo del realizador como si de un castillo de naipes se tratara, como puede ser su incapacidad de poner un contexto a la historia sin tirar de flashbacks, los cuales en muchas ocasiones llegan tarde y aunque arreglan un poco la sensación de “¿de qué narices están hablando?”, por lo general el daño ya está hecho.
He querido dejar para el final aquello que considero más grave dentro del film y es, valga la redundancia, el propio tramo final. Esto ya lo he dicho en otras críticas, pero la manía que tienen los blockbusters actuales de superar las dos horas de duración me mata, pues en la mayoría de ocasiones está injustificado y en este caso resulta ser mucho más flagrante (encima siendo reincidentes gracias a una Wonder Woman a la que un par de buenos tijeretazos la habrían ayudado enormemente). El tramo final se siente confuso y no lo digo a nivel argumental, la trama es bastante simple, lo es a nivel de estructura; Aquaman no llega a su desenlace de forma orgánica, en cierto momento Wan recuerda que la película tiene que acabar y en 15 minutos se intenta sacar un clímax final de la manga que resulta de todo menos épico. No es la primera vez en el cine que ocurre algo así, pero en este caso es más sangrante teniendo en cuenta que nos encontramos ante una producción de casi 150 minutos y algo tienes que haber hecho muy mal para que con esa duración no tengas tiempo para poder cerrar la historia en condiciones.
Aquaman es otro quiero y no puedo dentro del universo DC, siendo posiblemente el caso más doloroso porque sus cimientos probablemente sean los mejores que ha parido Warner en el último lustro. No voy a engañaros, me ha gustado la película, pero considero que ella misma demuestra que podría haber sido infinitamente mejor.