Crítica: La Forma del Agua
Por fin llegó a los cines La forma del agua, nuevo filme de Guillermo de Toro que consiguió el mayor número de nominaciones para los Oscar y logró llevarse el Globo de Oro al mejor director el pasado mes de Enero. Posiblemente era una de las películas más esperadas por los espectadores de esta carrera por los Oscar y ya la hemos podido ver.
Estamos ante un cuento de fantasía, una bonita historia de amor con la estética que el director mexicano le suele dar a sus películas. No se me ocurre otra manera de definir a La forma del agua. Chica de la limpieza conoce a monstruo, se enamora y a partir de ahí hará todo lo posible para protegerle del gobierno. Por decirlo de alguna manera viene a ser el equivalente a E.T dentro de las historias de amor.
¿Por qué una película con un desarrollo tan simple ha logrado un ejercito de fans durante el último mes? Para empezar porque el estilo visual de Del Toro casa perfectamente con la historia que quiere contar, pero para mi el motivo más importante es el descomunal trabajo de Shally Hawkins interpretando a la protagonista, siendo un personaje con el que es sencillisimo empatizar desde el primer momento y que te lleva en volandas durante todo el metraje.
Fotografía, banda sonora, interpretaciones, historia … Todo se entrelaza a la perfección dando una sensación de proyecto redondo con el cual es casi imposible salir descontento. Esperad un momento, he dicho casi y es porque La forma del agua tiene algunos puntos que si bien no lastran el global por lo menos si que se puede decir que la deslucen un poco; su ritmo en la segunda mitad de la historia, un villano cliché a más no poder y una capacidad de ser predecible que roza el deja vu al se capaz de imaginar con todo lujo de detalles cómo será una escena media hora antes de que ocurra.
Pese a sus fallos, no he podido salir más contento de ver La forma del agua, siendo una película preciosa capaz de dejarte una sonrisa de oreja a oreja al abandonar la sala; a fin de cuentas, una historia bonita no deja de serlo por el simple hecho de ser predecible.