No me gusta conducir: aprender a esquivar la piedra en el camino
El año pasado, por primera vez en nuestro recopilatorio anual, hice un apartado propio para las series españolas. Lo he manifestado en otras ocasiones en artículos para el blog, que la tendencia de más y mejor calidad dentro de las producciones de nuestro país es algo patente, y da pie a preparar este tipo de listados. No obstante, ya en el programa que solemos hacer con motivo del Día de la Hispanidad, donde hablamos de las ficciones nacionales, comenté que para este 2022 no tenía un top 10 muy definido, porque no me he encontrado este año con una cantidad enorme de productos que se disputen su inclusión en ese ranking; hay algunas muy claras, pero muchas posiciones variables. Ha tenido que llegar diciembre para ofrecerme una que seguro estará entre las diez mejores de este año: No me gusta conducir.
La premisa de una serie, si la puesta en escena es efectiva, muchas veces no necesita ser la más compleja. En este caso, es bien sencilla: un profesor de universidad de más de cuarenta años todavía no se ha sacado el carné de conducir, hasta que un día decide dar el paso y apuntarse a una autoescuela para obtenerlo. Fácil de entender, ¿verdad?
La convención social dominante en esta nuestra sociedad es que, llegada cierta edad, hay que sacarse el carné de circulación, tener tu coche propio, e ir con él a todas partes, porque es lo que toca y lo que hay que hacer. No obstante, no siempre tiene porqué ser así, y las convenciones, tradiciones y costumbres están para romperlas; sobre todo, si hay una circunstancia subyacente que te impide dar ese paso y apuntarte para sacarte el permiso de conducción, algo que refleja muy bien esta serie.
Pablo Lopetegui, interpretado por Juan Diego Botto, se nos presenta como ese profesor universitario clásico, que imparte una asignatura a su vez clásica (literatura española del siglo XV) a base de soltar la monserga, obligar a los estudiantes a comprarse el libro que él mismo ha escrito sobre la materia, y que es antipático, como poco. No demasiado social, y que atraviesa un proceso de ruptura con su pareja, Iria (interpretada por Leonor Watling), tiene a su vez un trauma con la conducción y que conecta con una pieza clave de su pasado: su relación con su padre.
La exploración de cómo Pablo va, poco a poco, haciendo las paces con esa parte de su vida, y dando ese paso adelante, ejemplificado en esa meta de sacarse el carné, me parece perfectamente ejecutada, y es el verdadero tema de la serie, más allá de si aprueba o no el examen; contado todo mediante un humor para nada de risa fácil ni chiste típico, sino que alude al espectador que busca un tipo de entretenimiento al margen de los estilos humorísticos predominantes en este país, cosa que agradezco y me ha gustado especialmente.
A base de anécdotas en las prácticas y exámenes de conducir se podría hacer una serie, como queda demostrado en No me gusta conducir. Su creador, Borja Cobeaga, la ha basado en su propia experiencia personal, algo que creo que es patente cuando te pones delante de la pantalla a verla, porque cosas así solo pueden haberte pasado si te has sometido al ritual de obtención del permiso en cuestión, como, por ejemplo, la prueba de subir la cuesta, o el ejercicio de superar el examen, o que a muchos les cueste creer que, con esa edad, eres un alumno de autoescuela y no un profesor. Si habéis pasado por esta etapa, estoy convencido de que os sentiréis identificados con alguna de las cosas que le pasan a Pablo en este proceso. Alabar también el trabajo de Cobeaga al frente de la sala de guion de esta serie, que logran dotar al producto de una sensibilidad especial, con el que empatizas completamente con el elenco de personajes que nos ofrece, y la historia que quiere transmitir.
Y si hablamos de los que integran el reparto de esta ficción, es otro de los puntos más positivos que nos deja. Ya he citado al protagonista y el otro gran nombre que le acompaña, como es el de Leonor Watling, y ambos lo hacen fenomenal en sus respectivos roles. Pero quiero destacar a las otras dos patas de la mesa que forman No me gusta conducir, como son Lucía Caraballo, que da vida a Yolanda, y David Lorente como Lorenzo, el profesor de autoescuela de Pablo.
Qué importante es para una serie que sus personajes funcionen, que el reparto esté bien escogido, y brille con luz propia; todo eso lo consigue esta ficción. Caraballo nos brinda el retrato de una joven inteligente y que irradia buen rollo y positivismo, y que, por la razón que sea, habla demasiado bien para tener solo veinte años (me encanta la sub trama y quién es su padre en la ficción), algo que me hizo mucha gracia que destacaran porque, es cierto, la juventud de hoy en día (ni que yo fuera un señor mayor ya) no habla así de bien y de correcto. Y bueno, de Lorente qué puedo decir; básicamente, que roba el show. Cada intervención suya es mejor que la anterior, algunos de los mejores momentos de la serie (si no todos o casi todos) son suyos, y nos deja un papel para el recuerdo, como ese profesor de autoescuela dedicado a sus alumnos y de los que dejan huella cuando pasa el tiempo y recuerdas tus años como estudiante, de la materia que sea. Ambos ayudan a Pablo en su particular viaje hacia la autoaceptación y para pasar a la siguiente etapa de su vida, y son dos secundarios de lujo que se sienten tan o más protagonistas que él en muchas ocasiones.
Con seis episodios de apenas media hora, que se pasan volando, No me gusta conducir consigue transmitir mejor su mensaje que muchas otras series con muchos más años de vida. Sin duda es de las imprescindibles de este 2022 en España, y si buscáis algo fresco y especial, y añoráis esa época de autoescuela y lo que pasasteis para sacaros el carné, echadle un vistazo porque merecerá la pena.
PD: qué episodio el de Cuenca, por favor.