Midnight Mass (Misa de Medianoche). Opinión sin spoilers.
Mike Flanagan nos trae una serie de terror en la América profunda, que destaca por un ritmo de tensión creciente manejado con unos tempos sensacionales y una atmósfera afixiante perfectamente recreada.
En la premiere tenemos un momento de tres adolescentes en bicicleta, un tupido bosque en la noche y otros típicos ingredientes del terror vintage que tan de moda han puesto Stranger Things o Super 8. Pero aquí hay algo más, latente se percibe un contenido más adulto. Aunque veamos esas escenas, sabemos que no es más que una excusa para contar una historia que irá por otros derroteros. Pero la idea sirve a su propósito, nos introduce en ese mundo en el que debemos quedarnos para ver el desarrollo de una acción desgarradora y terrible.
La cinematografía es muy elegante y el estilo pausado de los primeros episodios crean una excelente sensación de estar ante algo muy bien dibujado, me fascina especialmente el desfile de postales de la América profunda que nos lleva exactamente al lugar donde transcurre la acción, es una forma tan elegante cómo austera de introducir al espectador en la atmósfera que baña la serie, haciendo una declaración de intenciones sin decir ni una sola palabra ni marearnos con ninguna historia típica de red necks.
Esa sutileza en las formas, esa elegancia y buen hacer son el sello de la primera parte de la miniserie que va ganando ritmo y acción conforme avanza y a la vez que pierde mucho de la tensión latente gana en ritmo.
El ambiente sonoro es una maravilla: algunas notas musicales aisladas de una melodía muy sutil y el ruido de chicharras y grillos también nos ayudan a adentrarnos en una historia que no augura nada bueno. Sin embargo, en los momentos en los que la música es palpable en lugar de escondido se trata de gospel clásico que llena cada instante de la acción con esos cantos de parroquía que deberían sonar más esperanzadores que inquietantes.
La historia de terror se va cociendo a fuego lento sin que sepamos muy bien si verdaderamente existe un componente sobrenatural o si hay algo al acecho en esa islita aislada perdida a cuarenta y ocho kilómetros del continente. En este sentido notamos la presencia de MIke Flanagan tras las cámaras, un tipo que ya con The Haunting of Hill House nos mostró lo bien que maneja los tiempos y la sutilidad de un terror perceptible sólo en los detalles.
Paulatinamente el terror escala y crece, poco a poco nos regalan pinceladas inquietantes, nada muy claro, más bien sensaciones que nos llevan a creer que alrededor de pequeño pueblo existe algo que debemos temer. Flanagan es, en este aspecto, mucho más fiel al estilo que conocimos en la impresionante The Haunting of Hill House (La Maldición de Hill House) que a la tosquedad repleta de exceso de The Haunting of Bly Manor (La Maldición de Bly Manor).
Midnight Mass (Misa de Medianoche) transcurre en un pueblito en decadencia con habitantes que buscan nuevos comienzos tras experiencias traumáticas, gente que vuelve a sus raíces cuando lo que desea es huir mientras que otros en su huida dan con sus huesos en este remoto rincón. Los personajes cubren un amplio espectro de sensibilidades y nos muestran un abanico muy extenso repleto de secretos, errores y culpabilidad. Los actores hacen, sin excepción un trabajo excelente y no puedo destacar a uno por encima de todos los demás. Rahul Kohli, Kate Siegel, Zach Gilford, Hamish Linklater, Annabeth Gish, Michael Trucco o Samantha Sloyan hacen un ejercicio de interpretación absolutamente asombroso.
Aunque a lo largo de los siete episodios hay algunos diálogos y monólogos tan profundos que estremecen e invitan a una reflexión muy meditada sobre asuntos muy relevantes, hay un episodio que se centra en exceso en este punto y resulta demasiado explicativo e innecesariamente repetitivo. Los diálogos intensos funcionan si están precedidos y seguidos por escenas de otra índole, mientras que una sucesión de charlas sesudas entre personajes nos hace creer que estamos en un seminario de autoayuda en lugar de viendo un episodio que tiene el propósito de entretener. Creo que todo lo que la serie tiene de sutil y pausada se estropea en ese episodio concreto, en el que se explican cosas que ya conocíamos. Pero como bien sabéis todos, o deberíais saber, por muy corta que sea una miniserie siempre tiene algunos momentos de relleno injustificables. En esta ocasión es casi la totalidad de un episodio, que pese a la paja explicativa también tiene algunas cosas excelentes que convierten a ese episodio en imprescindible.
Hay algún momento que es bastante perturbador, pero pese a ello tienen sentido en base a la información que se nos ha ido filtrando a lo largo de los episodios anteriores. De manera que todo tiene sentido por muy desagradable y desolador que parezca. Y bien, al fin y al cabo, estamos ante una serie de terror, si no eres un espectador curtido en el género quizás te impresiones un poco, pero si estás versado en el mundo de la sangre y el horror, te aseguro que la serie no va a traumatizarte en absoluto.
No diré que sea una obra maestra, la serie sigue estando muy lejos de la sobresaliente The Haunting of Hill House, pero pese a ello merece la pena el tiempo invertido en verla: es una miniserie de sólo siete episodios, muy bien dirigida, con un elenco que se luce a cada momento, grandes reflexiones sobre temas importantes y un estilo elegante y austero que funciona a la perfección.