Ahora sí: adiós, Shameless
La primera serie que tuvo artículo propio en este blog fue Shameless, y lo escribí yo, a los pocos días de haber empezado el 2015. En 2018, el primero de octubre, podríamos decir que lancé la secuela de posts dedicados a la veterana ficción de Showtime, que acababa de anunciar hacía poco tiempo la marcha de Emmy Rossum, su protagonista, y no tenía visos de cerrar en el futuro cercano. Efectivamente, su final no ha llegado hasta el pasado domingo en Estados Unidos, casi otros tres años más tarde desde que yo le dedicara otra pieza de reflexión. Hoy cierro mi trilogía particular de Shameless, con, ahora sí, la marcha final de la serie. Le ha costado, la verdad.
Cómo pueden engañar las apariencias fue la primera vez que reflexionaba sobre las desventuras de la familia Gallagher en esta página. He vuelto a leerlo, y mantengo lo que dije en su día, si bien matizo algo: ahora mismo, quizá lo pensaría dos veces antes de recomendar esta serie a alguien.
Saber cuándo acabar me ha acabado dando la razón a lo que vaticinaba cuando la producción alcanzó su episodio número 100: la cosa fue a peor sin Fiona. Las dos temporadas extra de vida que ha tenido Shameless sin la matriarca de facto de los Gallagher no han tenido el nivel de antaño, y cuando escribí esos párrafos, la cosa ya iba para abajo. Por una vez, y por desgracia, acerté con mi predicción.
Por fin se terminó. Tras once entregas, Showtime decidió cerrar su periplo en la pequeña pantalla, con una temporada que, en términos de programación, ha sido, quizá, la peor de todas (como ya comentara en el programa sobre series que finalizarán en 2021). Supongo que estará todo condicionado por la COVID, y retrasos en los rodajes y la producción de la entrega, y si es así no me meteré, porque bastante es que podamos disfrutar de tanta cantidad de series con la que está cayendo desde hace un año. Pero si esto es premeditado, para dilatar (aún más) la despedida de los Gallagher, es para coger al genix que lo pensó y denunciarlx por daños morales. Parón tras parón, la primera mitad de la undécima ha sido el anticlímax hecho temporada. Es imposible enganchar al espectador en lo que sea que quieras contar en tu año de cierre, y las pocas ganas con las que llegábamos algunos a la parte final no se mitigaban con el lanzamiento del episodio semanal en cuestión. Ya para la segunda tanda sí lo han corregido y la han emitido como toca, uno cada siete días, pero sirve de poco cuando has perdido el feeling con una serie, como ha pasado en mi caso.
Luego, otra cosa: me parece muy mal que al personaje que ha sido santo y seña, cabeza de la ficción, y pieza fundamental en la trama durante nueve temporadas, como fue Fiona, no haya tenido una despedida acorde. No me valen unos flashes sueltos y menciones esporádicas que casi parecen metidas con calzador porque alguien se dio cuenta del detalle. De nuevo, imagino que la COVID no facilitaría el retorno para la Series Finale de alguien externo al equipo actual de rodaje como Emmy Rossum, pero tampoco estoy muy seguro que en un mundo sin coronavirus hubieran contado con su presencia para el final. Es la sensación que me queda tras el 11×12, y la verdad es que me deja muy triste en ese sentido.
Precisamente su vacío se hizo palpable cuando, a mi juicio, buscaron sustituirla usando el personaje de Debbie, que es un buen personaje, pero no le llega a la suela del zapato a Fiona. Es más, Frank describe a su familia a la perfección en esta Series Finale, y Debbie no es Fiona, y es una pena que se percataran una temporada y pico después, porque en la décima buscaron hacer de ella una pseudo-Fiona, y eso acabó pasando factura al buen desarrollo que estaba teniendo durante tantos años. Eso sí: el mejor Gallagher de la familia ha resultado ser Carl; quién nos lo iba a decir al comienzo, ¿verdad? Liam me da un poco de miedo, pero tengo esperanzas depositadas en él. La “tontificación” de Lip ha sido penosa, y me alegro de que Ian haya encontrado la paz con Mickey. Sobre Frank… bueno, sencillamente diré que me parece perfecto el final escogido para él.
¿No os ha dado la sensación de que podríamos tener otra temporada más de Shameless? Es decir, tal y como acaba, sí, se nota que hay elementos que indican que, efectivamente, estamos ante la entrega final. Pero si llegara mañana Showtime y dijera “ey, que era broma, que tendremos una duodécima”, ¿os sorprendería? Porque a mí no. Supongo que han querido dejar la sensación en el espectador que la saga Gallagher no termina, que van a estar por ahí, y seguirán dando guerra, pero va un poco en contra del espíritu de lo que supone una última temporada: tienes que cerrar cosas, no abrir nuevas (ejem, The 100, ejem). Y aunque la mayoría de ellos evolucionan en sus vidas y parece que van a pasar a otras fases, te vas sintiendo que igual en unos meses puede que los tengas en tu pantalla de nuevo. Y no debería ser así.
¿Han sido todo cosas malas? No, no me arrepiento de haber tenido durante todos estos años en mi vida a esta familia de personajes. Ha sido mi comedia favorita mucho tiempo, y he pasado con ellos momentos geniales. Incluso esta undécima ha tenido episodios que me han hecho recordar lo que vivía tiempo atrás, pero no era lo mismo. Ojalá hubiera escrito esta particular trilogía de artículos en sentido creciente, alabando texto tras texto el buen hacer de Shameless durante su trayectoria en televisión, pero el destino ha querido que lo haga de forma opuesta, y es una pena.
De ahí lo que decía al poco de comenzar mi intervención hoy: si alguien me preguntara si la recomiendo, lo cierto es que me costaría. Con sus pros y sus contras, es complicado animar a una persona a tragarse más de cien episodios de una ficción que yo sé que va a peor cada temporada, aún con sus puntos fuertes y momentos destacados. Si os aventuráis a ver qué os deparan las andanzas de los Gallagher, estoy convencido de que estaréis contentos de tenerlos en vuestras vidas durante un tiempo; si no, pues oye, hay otros peces en el mar. Por mi parte, yo me alegro de decirles adiós, y ojalá les hubiera despedido con mejor regusto.