La Casa de Papel: no puedes controlar el caos
Tenía muy clara una cosa: dada la situación en la que nos encontramos, la nueva temporada de La Casa de Papel iba a batir récords de visionado en Netflix. Era una obviedad, y por eso entré por curiosidad en la plataforma, ayer, allá a las 10:30: ya era top 3 en España. Mientras escribo estas líneas, ya es top 1, puesto que alcanzaría en algún momento del viernes, tal y como podíamos vaticinar la mayoría de nosotros. La tercera entrega de Élite y la cuarta de La Casa de Papel han llegado en un momento de nuestras vidas que ha sido oportunísimo; sin ellas pretenderlo, han logrado convertirse en la principal atracción en los fines de semana que se lanzaron: la primera, los días que se inauguraba el confinamiento, y la segunda, cuando se va a prolongar todavía más la cuarentena.
Entre tanto, la gente ha devorado el producto. Ansiosos por evadirnos, por ver algo que nos haga pensar en cualquier otra cosa menos en lo que tenemos delante de nuestras narices, y para eso está la ficción (en cualquiera de sus formas: series, películas, novelas, videojuegos…), para distraernos y para llevarnos a otro lugar. La gracia es que nos vamos de una situación de encierro colectivo, la nuestra, a otro encierro, casi diría yo más claustrofóbico y peligroso, como es el de los protagonistas de La Casa de Papel. Pero su mierda no es nuestra mierda, por lo que la sobrellevamos, y nos deleitamos con las putadas varias que se van sucediendo, porque, como ya decía en el post que hice hace unos días sobre Ozark, nos encanta ver sufrir a los protagonistas; es cuando nos divertimos más, porque la situación es muy arriesgada y no somos nosotros los que tenemos que salir del agujero que es, en este caso, el Banco de España.
La cuestión que muchos nos hacíamos antes de ver los nuevos episodios: ¿por cuánto tiempo más es sostenible la situación? No hablo del confinamiento real, sino del ficticio. ¿Cuánto puede aguantar La Casa de Papel sin venirse abajo como un castillo de naipes? La papeleta la solventó, bastante bien a mi parecer, en julio del año pasado, con sus nuevos episodios, porque, principalmente, se quitaron de encima el mayor lastre que tenía la ficción: su excesiva duración por capítulo. En Antena 3, había fases que se hacían muy cuesta arriba, a pesar del ritmo de la historia, pero cuando pasó a Netflix, la cosa cambió: más cortos, al grano, y cargados de acción. Ocho capítulos en verano que se pasaron volando, y que nos dejaron a todos con ganas de más. Y ahora estamos en abril, confinados, y ávidos de saber qué les va a pasar a los miembros de la banda más famosa a nivel mundial. Y nos topamos con una pared de hormigón.
Se me entienda. Tenemos ocho episodios otra vez, de la extensión que tuvieron los de julio, pero los primeros cuatro son menos intensos. Se toman las cosas con más calma, rebajan las revoluciones, y nos reubican para que todos tengamos claro en qué situación estaban cada una de las piezas; empiezan a abrir nuevos caminos, e introducen nuevas fichas, alguna de ellas demasiado evidente como para contenerlas mucho tiempo más. De ahí lo de la pared de hormigón. Quizá muchos (me incluyo) imaginaban que la cosa iba a ir a tope desde el minuto 1, con una sobredosis de acción que nos iba a dejar locos a todos en cuestión de unas horas. Esta decisión tiene sus pros y sus contras, como todas en esta vida. Yo creo que la primera etapa de esta temporada no llega al punto de ser cansina, pero sí se nota que La Casa de Papel vive por y para el caos; disfruta en esa etapa en la que todos se trastornan y arrancan los disparos, las cuentas atrás, que viven todos en el filo de la navaja, y cuando el Profesor se saca el enésimo conejo de una chistera que acaba de crear él mismo en cuestión de horas. Ahora bien, todo tiene su razón de ser: a pesar de encontrarnos con una pared de hormigón, no puedes contener al caos eternamente, y esa aparente impenetrabilidad comienza a resquebrajarse, y ahí es cuando llega la jarana.
Los cuatro episodios finales van a tumba abierta, no escatiman en nada, y nos dan lo que todos queríamos: caos, tiros, explosiones, adrenalina, ritmo, giros, sangre, sudor, lágrimas, sorpresas… y el consiguiente cliffhanger. A los que no estéis familiarizados con el significado de la expresión, básicamente quedaos que es la sensación que habéis experimentado todos cuando al final del octavo capítulo la pantalla ha pasado al fundido en negro y han aparecido los títulos de crédito. Las ganas de querer ver la nueva entrega… porque habrá nueva temporada, claro que sí.
¿Es viable? Tenemos en esta temporada dos ejemplos de las dos posturas, creo yo, mayoritarias: los que piensan que el desgaste empieza a ser ya evidente y que incluso ocho episodios más cortos les comienzan a pesar, utilizando como método de prueba los cuatro iniciales; y los que solo quieren marcha, que les da igual todo, y que viven por y para la acción que nos ofrece la serie, como muestran los cuatro finales. ¿Yo? Disfruto muchísimo con La Casa de Papel, me engancha como pocas y la continuación que le ha proporcionado Netflix me ha convencido completamente. Ahora bien. En su día, yo era reacio a la continuación, porque la parte emitida en Antena 3 me pareció perfecta tal y como se quedó, y considero que deberían plantearse seriamente que las próximas entregas (previsiblemente tendremos quinta y sexta parte) sean las últimas. Más que nada porque no se puede estar eternamente en un constante estado de caos, y toda historia debe llegar a su final, incluido ésta.
La Casa de Papel no engaña a nadie. Todos sabemos qué nos vamos a encontrar cuando pulsamos el botón “play” de Netflix. El Profesor sigue siendo un personaje brillante, Berlín derrocha carisma por todos los poros, Nairobi es una artista, Denver es una cabra loca, Helsinki es un cacho de pan, Arturito es la misma ponzoña con patas que era… Los fallos que tiene la serie, así como sus virtudes, están presentes, no hay variación al respecto. A los que os gusta la ficción, como a mí, disfrutaréis como lo hacíais hasta ahora; los que no, no vais a encontrar un consuelo en esta nueva entrega, porque la vida sigue igual.
Al caos se le puede controlar hasta cierto punto, y no es para siempre. Es por eso que, sí, todos disfrutamos con la ficción, pero antes de que muera de éxito, creo que sería hora de ir poniéndole punto y final a una de las producciones españolas más importantes de la historia de nuestro país, que bate récords con cada capítulo estrenado, y traspasa fronteras como pocas lo han hecho y lo harán. Quedémonos con eso, con que España también tiene ficciones de las que sentirse orgullosa, y La Casa de Papel lo es.