Designated Survivor, la eterna marca blanca
Hace casi tres años, os hablé del piloto de Designated Survivor. En ese momento, os comenté que había sido comparada (o que al menos recordaba) con Homeland, The West Wing y House of Cards, y en ese artículo opiné que estábamos ante uno de los estrenos más prometedores de 2016, y así lo fue, al menos durante la primera mitad de la entrega. Es cierto que la segunda parte fue también bastante interesante, pero ese arranque nunca fueron capaz de igualarlo. En la siguiente temporada, la serie navegó en una deriva que culminó con su cancelación por ABC. Sin entender muy bien por qué ni cómo, Netflix decidió salvarla de la quema, y otorgarle una tercera temporada, ya como serie propia. Finalmente, el propio servicio streaming ha acabado de nuevo con ella, esta vez de forma definitiva. ¿Merecidamente? Sí.
En el referenciado artículo, os hablé acerca de esas comparaciones a las que he hecho mención en el párrafo inicial, y que Designated Survivor, sí, podía tener reminiscencias a esas otras ficciones, pero que no era un calco completamente exacto de las mismas. El problema que arrastraba su propia trama desde el principio era que estaba abocada al desastre, sobre todo si no era capaz de evolucionar hacia algo más. Todo el misterio alrededor de quién conspiró para acabar con la cúpula del gobierno de los Estados Unidos se resolvió, fue interesante, y nos dejó momentos muy buenos. Pero cuando llegó la segunda temporada, los guionistas se quedaron pensando cómo responder a la pregunta inevitable que todos sabíamos que llegaría un punto que deberían contestar: ¿y ahora qué?
No era House of Cards. Kirkman nunca fue Underwood, y toda la oscuridad que reinaba en los pasillos de la Casa Blanca del segundo no estuvo presente jamás en la del primero. Por lo tanto, no se podía tirar por esa vía de volver al personaje interpretado por Kiefer Sutherland en un villano al mando del mundo libre. Hubiera sido incoherente y carecería de fundamentos para justificar ese viraje tan brusco.
Tampoco podía ser Homeland. Quiso serlo, fue interesante mientras se desentrañaba la trama que desembocó en el intento de golpe de estado en los EE.UU., pero una vez cerrado ese capítulo, el valor del personaje de Hannah Wells cayó en picado, y con él media serie. Porque si algo hizo fenomenal en su primera entrega fue aunar la parte política y la trama de espías, consiguiendo una mezcla la mar de entretenida. Pero sin una gran conspiración que investigar, la subtrama de Hannah fue prácticamente irrelevante. Y cuando llegó la tercera temporada, quedó en evidencia que el personaje interpretado por Maggie Q no pintaba nada. Una de las peores cosas de la entrega de Netflix es el rol de Hannah. Le dan una trama al margen de la Casa Blanca, y aunque intentan relacionarlo con la parte principal, lo hacen tarde, mal, y queda patente que esa capacidad de unir las dos grandes tramas que hicieron de Designated Survivor una serie con un buen nivel en momentos de su primer año había desaparecido por completo.
Y quiso ser The West Wing. Craso error. Ya lo dije en el post del piloto: es imposible emular la visión de la política que tiene Aaron Sorkin, y la mítica ficción de NBC que, aunque no exenta de etapas de sombras destacadas, es inigualable. Lo intentan, quieren conseguirlo, pero fracasan. Es tal el tono blanquecino con que impregnan cada plano de la serie, además de inundar todas y cada una de las tramas que se van sucediendo para acompañar a la principal (Kirkman presentándose a las elecciones), que duele a la vista. Cuesta mirar la pantalla sin tener que entrecerrar los ojos por el reflejo de la luz de bondad que transmite cada plano de cada episodio. Eso no es malo, si no fuera porque nadie se lo cree. Quizá en la época de The West Wing hubiera triunfado; habría sido una ficción a tener en cuenta por las generaciones venideras. Y quizá la serie de Martin Sheen hubiera fracasado también en la actualidad, hartos todos de las mentiras y los constantes vaivenes de la esfera política en la que vivimos. Todo esto es hacer ficción escrita, pero una cosa está clara: con el ejemplo más o menos cercano de la serie de NBC, era muy peligroso querer acercarse al Sol con alas de cera.
La tercera entrega tiene una cosa muy buena, que ojalá la hubieran tenido sus predecesoras: su duración, en cuanto a capítulos y minutos se refiere. Diez episodios componen la temporada, y todos rondan los cincuenta minutos y, os soy sincero, me ha costado más bien poco verlos, se me han hecho amenos. Pero aun con eso a su favor (que no es poco, habiendo muchas series que fallan en estos aspectos), entiendo que Netflix se la haya cargado, otra vez. Otro aspecto bueno es la evolución del personaje de Aaron, que en anteriores entregas había quedado al margen con respecto a Emily (que también tiene un papel muy destacado este año), Seth o la trama de Hannah, pero esta vez es casi tan protagonista como el propio Kirkman, aprovechando el factor latino de su personaje, tema de conflicto durante los diez episodios.
Tanto ese tema como muchos otros muy conflictivos que son noticia prácticamente todos los días en nuestra sociedad los aborda Designated Survivor. De hecho, parece que en lugar de construir una trama, se hayan dedicado a hacer crítica social de todo lo que está mal en Estados Unidos, y lo ideal que sería todo si votáramos a Kirkman. Es una constante durante toda la entrega, el querer demostrar que podría llegarse a hacer otro tipo de políticas con las personas adecuadas al frente del gobierno, pero repito, es todo tan blanco y tan “buenista” que duele a la vista. Creo que hoy en día, en el género de los dramas televisivos, no puedes tener una serie con tanta claridad en cuanto a gama cromática se refiere, y más si vas a hablar de política. Es loable lo que intentan hacer en esta tercera entrega, pero queda en agua de borrajas al no estar mejor construida la temporada. Te deja la sensación de ser el programa de un partido político (claramente progresista) en lugar de una serie de televisión.
El lema de la campaña de Kirkman en esta temporada es “Declare your Independence” (Declara tu independencia) y, irónicamente, cuanto más se ha querido “independizar” la serie de otras similares como las tres mencionadas con anterioridad, más ha terminado por acercarse a una de ellas y pretendió aproximarse a lo que ha sido otra durante toda su trayectoria. Buscando su lugar, ha acabado por ser la marca blanca de The West Wing y Homeland, y el antónimo de House of Cards.