Crítica: The Greatest Showman
En una época donde triunfan los remakes, las secuelas y las adaptaciones es refrescante toparse con un guión original, una película muy agradable de ver que a base de estética pop y cierto toque kitch nos embriaga con una fantasía opulenta y vistosa que sirve al propósito de hacernos pasar muy buen rato, sin pretensiones de profundidad ni de revolucionar el género.
El director, Michael Gracey, baña de purpurina a todo el elenco y con un montaje excepcional nos ofrece sensacionales secuencias con muy buen gusto en cuanto a lo estético. Quizás peca de artificio, pero la esencia del argumento es la exaltación de la exuberancia y la frivolidad sin complejos, de manera que todos los excesos tienen sentido en la cinta.
Es una película que seduce al espectador mediante el engaño … que es lo que hacen todas las películas, incluso el más austero biopic es una mentira aunque nos hagan creer otra cosa. De hecho, parte del encanto de The Greatest Showman es que se muestra desnuda, nos regala multitud de oro, sedas y perlas … y puede que todo sea falso, pero como lo sabemos, el resultado es enormemente auténtico.
Lo más destacable es el montaje, el aspecto visual y los números musicales, con canciones pegadizas con vozarrones de infarto. Todo muy pop, sin concesión a lo vintage pese a que la acción se desarrolla en el siglo XIX. La estrella de Broadway Keala Settle triunfa como Lettie, el personaje que mejor canta y el mejor número pertenece a Zendaya y Zac Efron, con coreografía aérea incluida. Aunque es, sin duda, Hugh Jackman quien destaca por encima de todos los demás, con un personaje sencillo de entender, pero a su vez plagado de luces y sombras. Conocemos al personaje y seguimos su viaje personal desde su obsesión por el éxito hasta el descubrimiento de que el verdadero éxito es amar y ser amado. Hugh Jackman cumple con creces y destila energía y buen hacer en cada escena.
Pese a la celebración de la frivolidad que es la cinta, hay espacio para reflexiones bonitas, y una preciosa exaltación del amor, de la amistad, de la familia y de la aceptación personal. Hay un par de historias de amor muy Disney, de esas en las que todos son buenos y comprensivos, pero darle mayor profundidad a las tramas románticas hubiera estropeado el resultado global.
La ausencia total de sutileza se percibe continuamente, muy destacada es la comparación entre las oficinas llenas de burócratas aburridos y los cementerios, tan obvio que resultaría casi molesta si no fuera porque la película no pretende ser rica en matices, sino contar una historia sencilla y contarla bien.
Todos los números son impresionantes gracias al trabajo de fotografía, los efectos especiales y el espectacular montaje. El rico vestuario también ayuda y los bailarines y las coreografías funcionan de forma magistral.
Puede que esta película no vaya a cambiarte la vida ni a darte la mano durante un recorrido por reflexiones profundas, pero es un espectáculo visual asombroso, con buena música y buenos intérpretes y se deja disfrutar