Pilotos: The Handmaid’s Tale
The Handmaid’s Tale es controvertida, dura, inteligente y está espectacularmente bien rodada. Os animo a todos a ver el piloto si no lo habéis hecho ya. Para algunos espectadores quizás pueda parecer lenta, pues no es una historia que haga del ritmo su bandera, más bien al contrario, la serie se regodea en la lentitud y con su forma pausada de contar las cosas va sumergiendo poco a poco al espectador en su mundo.
La acción se desarrolla en un futuro distópico y en la zona de EEUU, donde tenemos una sociedad ordenada, controlada y terrible. Por lo que vemos en el piloto, parece una vida bastante dura para cualquiera, pero especialmente para las mujeres, pues estamos ante un mundo donde las mujeres han perdido cualquier apariencia de libertad. En el piloto no muestran con claridad las causas que han llevado a esta situación, pero intuimos que fundamentalmente es debido a la incapacidad general para concebir hijos que asola a la especie humana. Por alguna razón la gente enloqueció una vez que la ola de infertilidad se extendió.
La premisa de la infertilidad generalizada se exploró con muchísima brillantez en el libro de P.D. James “Hijos de los Hombres”, llevado al cine con inmensa maestría con Alfonso Cuarón como director. También se alude al tema en otras ficciones distópicas, y hasta el momento no sabemos exactamente las novedades que The Handmaid’s Tale aporta al concepto, pero, por el momento, el universo creado a partir de la infertilidad parece tan interesante como aterrador, lo cual lo hace perfecto para una obra de ficción.
Por lo que hemos visto en el primer episodio, las autoridades toman a las mujeres y las separan en grupos, siendo asignadas en determinados roles en función de su capacidad para concebir. Existen las esposas, mujeres que gozan de ciertas comodidades, pero no tienen libertades y derechos; las marthas, mujeres estériles que ejercen como criadas en las familias adineradas y por últimos tenemos las Handmaids, mujeres capaces de procrear, que son una especie de esclavas sexuales de los hombres ricos y cuya finalidad es quedar embarazadas. Nuestra protagonista es una de éstas últimas y durante el episodio vemos atisbos de como fue su vida antes de ser capturada para servir a este propósito y nos hace preguntarnos qué es lo que ha pasado en el mundo (o en EEUU) para que las cosas se hayan vuelto tan extrañas.
Me encanta que tras cuarenta minutos de violencia soterrada y terror casi invisible, veamos de repente y de forma casi inesperada un estallido de violencia innecesario. Creo que ese va a ser el estilo de The Handmaid’s Tale, agobiarnos y angustiarnos sin escenas gore, sin sangre y sin violencia explícita. Incluso el momento en el que vemos una violación, la escena no es sórdida por lo que muestra, sino por lo que entendemos que está pasando. La serie nos avasalla con esa sensación de malestar, de confusión y terror de thiller psicológico.
Lo peor es el actor masculino principal, cosa curiosa en una serie que critica ferozmente el patriarcado. Joseph Fiennes es el comandante Waterfod y en una divertida paradoja, es el peor intérprete de la serie. Sin embargo, las actrices son todas espléndidas: Elisabeth Moss está pletórica, tal como era de esperar, es una protagonista que consigue una empatía de lo más intensa; Alexis Bledel interpreta a una mujer elegante,modesta, silenciosa y repleta de misterio; Samira Wiley, a quien recordamos como Pousey de Orange is the new black, es tan encantadora como de costumbre; también tenemos a Madeline Brewer, que conocemos por Orange is the new black o Hemlock Grove y a una espectacular Yvonne Strahovski (Chuck, Dexter).
La serie de Hulu puede quedar eclipsada por el hype generado por Americans Gods, que se estrenará el próximo día 30, no permitamos que eso pase y démosle a The Handmaid’s Tale el lugar que merece en el Olimpo de las series. El piloto es uno de los mejores estrenos de los últimos años, y la serie promete convertirse en un producto magnífico que no sólo nos entretenga sino que nos haga pensar y reflexionar sobre el mundo que estamos construyendo o simplemente, con nuestra indolencia, dejando que construyan los demás.