Crítica: Lion
Una película intimista y profunda sobre una persona que busca su lugar en el mundo, no tanto por autoconocimiento como para restaurar la paz en el alma de personas que le quisieron y le perdieron demasiado pronto. Basada en una historia real, la cinta narra el largo camino a casa de Saroo, un joven australiano de origen indio que a través de sus recuerdos y con la ayuda de Google earth consigue encontrar a su madre biológica.
Un niño pequeño es feliz en su casa, su familia es pobre, pero lleva una vida llena de aventuras que le colma. Un día se sube con su hermano en un tren, accidentalmente se queda encerrado en el mismo y termina en una ciudad desconocida a muchos kilómetros de su casa. Allí se pierde y vive un pequeño infierno en las calles hasta que es adoptado por una pareja australiana y crece feliz como el hijo de estos. Pero en un momento de su vida se siente atormentado por los recuerdos de su infancia y le duele el calvario que debieron sufrir su madre y su hermano buscándole hasta que se rindieron y sin saber qué fue de él durante dos décadas.
Gran parte de las escenas de la primera parte de la película están rodadas desde la perspectiva del niño, la cámara se sitúa el nivel de los ojos del chico para enseñarnos un mundo tan cotidiano como grandioso, confuso y aterrador. A la vez se trasmite la grandeza de la realidad india con preciosas tomas aéreas. La excelente fotografía sirve para reflejar estados interiores mediante panorámicas de espacios exteriores: el niño solo en una inmensa estación, el niño solo en una inmensa cantera, el joven solo en la playa o el joven solo en el mar.
El pequeño actor Sunny Pawar nos muestra la perfección el desconcierto y el pánico del niño perdido. Y Patel interpreta maravillosamente al hombre que se va obsesionando con la idea de haber causado dolor en su madre y hermano, porque el joven Saroo no siente que encontrar sus raíces indias vaya a completarle de ningún modo, él se siente completo y feliz con su familia adoptiva, su trabajo y su novia. Pero de algún modo, al preocuparse por el sufrimiento de su hermano Mantosh, se culpa por el dolor que debió sentir Goddu al no encontrarle dormido en el banco de la estación y el notar como su madre adoptiva le ama, lo lleva a pensar en cómo pasarlo la mujer que lo parió, que también lo amaba y que un día no supo nada más de él. Saroo no se mete en esta loca aventura porque no sepa quien es, Saroo se adentra en la obsesión por el dolor que siente haber causado a unas personas a las que apenas ni recuerda. Él ha vivido 25 años de vida privilegiada mientras su madre y hermano nunca más supieron de su paradero y esto le carcome.
La película no es empalagosa ni cursi, más bien mantiene un tono sutil, marcado por la sencillez. El ritmo es ligeramente pausado, pero los 120 minutos que dura la película pasan en un abrir y cerrar de ojos, y os aseguro que no es en absoluto pesada o aburrida. La historia es conmovedora, la banda sonora más que notable y las interpretaciones son todas muy destacables, si bien quizás está infrautilizada la magnífica actriz Rooney Mara que interpreta a una novia sin mucha personalidad que está ahí por estar. Nicole Kidman en cambio, tiene un papel muy intenso aunque de corta duración. Dev Patel está impecable en todas sus facetas y es muy fácil para el espectador empatizar con Saroo y acompañarle en su búsqueda.